
Básicamente café
Estás en una cocina vieja. De esas con baldosas que se despegan como tus ganas de socializar un lunes por la mañana. Hace frío. No hay música. No hay Alexa. Solo el sonido de la cafetera italiana empezando a hervir. Fuuuuhhh… ese vapor que se escapa como un suspiro del alma. Y justo ahí, justo en ese momento, sabes que todo va a ir bien.
Mi amor por las cafeteras italianas: tradición, funcionalidad y un sabor que te agarra del alma
Desde que tengo uso de razón –que no siempre coincide con cuando hago uso de ella– el café ha sido mi compañero más fiel. Lo digo sin exagerar: hay amistades que me han durado menos que una bolsa de café molido abierta. El café ha sido ese consuelo diario, ese empujón silencioso que me ha mantenido en pie en días de resaca emocional, bancarrota existencial y madrugones laborales sin gloria.
Y de todos los métodos, inventos y modas… me quedo con la cafetera italiana. La moka. La reina madre del café de cocina. La que no necesita Wi-Fi, ni actualizaciones de firmware, ni cápsulas con sabor a unicornio vegano. Esa, la de toda la vida.
¿Por qué? Porque funciona. Y punto.
La cafetera italiana no te exige. No te juzga si te has levantado con la cara de un lunes eterno. Solo pide agua, café y fuego. Y eso, amigo mío, es más de lo que muchas relaciones pueden ofrecer.
He tenido cafeteras automáticas que parecían más complicadas que montar un mueble de IKEA en sueco. Y sí, he pecado con las de cápsulas, lo admito. Pero siempre vuelvo a la moka. Como vuelves a ese bar cutre donde te sirven el mejor bocadillo de tortilla del barrio. Porque ahí sabes que te cuidan sin postureo.
Un diseño que no necesita rediseño

Patente de 1933. ¿Tú sabes lo que es que algo diseñado hace casi 100 años siga funcionando mejor que un iPhone recién salido de la caja? Eso es arte industrial. Eso es diseño con cojones. Alfonso Bialetti no inventó una cafetera: diseñó una declaración de principios.
Tres partes. Nada más. Nada menos. Agua abajo. Café en medio. Magia arriba.
Hablemos de rituales: el café como excusa para vivir más lento
En esta época de notificaciones, de vídeos de 15 segundos y de ansiedad exprés… la moka te obliga a parar. A esperar. A observar. A oler.
Yo he pasado noches enteras sin dormir, sin fe y sin planes, refugiado en cocinas heladas, mirando cómo el café empezaba a subir. Era eso o romper algo. Y preferí hacer café. A veces me pregunto cuántas decisiones importantes en mi vida las he tomado mientras escuchaba ese gorgoteo inconfundible que hace la moka cuando el café está saliendo. Ese sonido… es como una promesa de que todo va a ir bien, al menos por los próximos diez minutos.
Ventajas reales para gente real
- No necesita electricidad: puedes usarla en una cabaña perdida o en un piso sin luz porque no pagaste la factura.
- No se rompe: yo tengo una Bialetti que ha sobrevivido a tres mudanzas, una ruptura y un conato de incendio. Y sigue ahí.
- No contamina: ni cápsulas, ni plásticos, ni dramas. Solo café y metal.
- Sabe a verdad: porque lo haces tú, a tu ritmo, sin algoritmos que te digan cuántos mililitros necesitas para “ser feliz”.
¿Aluminio o acero? Esa es la cuestión
Mira, si eres tradicionalista, ve con aluminio. Si eres de los que necesitan que todo brille y no deje huella, ve con acero inoxidable. Yo tengo las dos. La de aluminio es como ese amigo que te conoce desde los 15, con quien puedes estar en silencio sin que pase nada. La de acero es más de postureo, pero también te saca de apuros.
Consejos del viejo Hokusey para un café perfecto
- Usa agua caliente desde el principio: menos tiempo al fuego, menos riesgo de que el café sepa a ceniza.
- No presiones el café: esto no es un gimnasio.
- Fuego bajo, siempre: el café no se quema, se persuade.
- Limpia con agua, no con jabón: a la moka no le gusta el fairy.
Conclusión (porque toda historia necesita una salida elegante)
Mira, no te voy a decir que una moka te va a cambiar la vida. Pero sí te va a regalar pequeños momentos que, con suerte, recordarás cuando todo lo demás se te olvide. Como esa mañana en la que no sabías si salir de la cama… y el café te convenció. O esa tarde en la que volviste de la oficina con el alma arrugada… y una taza te hizo sentir que aún hay belleza en lo simple.
Yo tengo un coche que cuesta más que muchos sueldos anuales. Pero no hay lujo que supere el primer sorbo de café recién hecho con mi vieja moka. Es un pedazo de Italia, de historia y de alma… todo metido en una taza.
Así que, si todavía no tienes una, no sé qué estás haciendo con tu vida. Vete a por una. Hoy.
Que tengáis un gran día.