
Plantéate esto
Estás paseando por El Born, es domingo, llevas un café de especialidad en la mano y te cruzas con un tipo que parece sacado de una película de Wes Anderson. Barba perfectamente desordenada, gafas de pasta gruesa, camisa de cuadros que probablemente sobrevivió a la caída del Muro de Berlín y unas botas que han visto más conciertos que tú. ¿Está disfrazado? ¿Es un personaje? ¿O simplemente viste como le da la gana? Pues bien, bienvenido al eterno retorno de la moda hípster.
La ropa hípster no muere. No puede morir. Porque no es una moda —es un virus estético, una filosofía de vida camuflada entre tirantes y tatuajes de símbolos japoneses que no significan lo que crees. Y no te equivoques: yo he sido uno de esos tipos. O lo sigo siendo, aunque ahora use relojes caros y venda coches con nombres italianos impronunciables. En el fondo, todos los que sobrevivimos los 2000 con algo de dignidad llevamos un hípster dentro.
La Nostalgia como Escudo: cuando vestirse es resistir
En mis años mozos (esa época difusa entre los 25 y los 40 donde todo es un loop), la ropa hipster era una declaración de independencia frente a la dictadura de las marcas. ¿Nike? ¿Zara? Por favor. Nosotros queríamos camisas de segunda mano que olieran a historia, no a químicos recién salidos de fábrica. Queríamos autenticidad, aunque costara más encontrarla que un buen bar sin brunch en el Raval.
Ese estilo vintage, con alma de mercadillo de Berlín y corazón de revival ochentero, no era solo estética. Era una forma de decir “no necesito tus tendencias porque ya tengo las mías”. Y sí, reconozcámoslo: muchos de nosotros lo hacíamos con una arrogancia encantadora. Nos creíamos únicos. Irónicamente iguales, pero únicos.
La Resistencia Silenciosa: ¿quién se sigue vistiendo así?
Los veinteañeros se han pasado al “clean look” o a la sobriedad aburrida de los códigos minimalistas. Pero los que seguimos escuchando vinilos —aunque tengamos Spotify premium— seguimos abrazando ese caos con estilo. Gente que ya tiene una edad y que se la suda si el TikTok de turno dice que las gafas redondas pasaron de moda en 2017.
Diseñadores freelance que cobran en criptomonedas, tatuadores que también venden kombucha artesanal, músicos que odian a Coldplay por principios ideológicos… Todos ellos siguen fieles a sus botas gastadas, sus mochilas Herschel y sus camisetas con el logo de alguna banda islandesa que nadie conoce. Y yo, que he vendido coches de 100.000 euros a tipos con calcetines desparejados, puedo asegurarte que el estilo no tiene edad, pero sí actitud.
Manual no oficial del hipsterismo: cinco claves de una estética inmortal
- La camisa de cuadros: si no tienes al menos tres, revísate. Son como el DNI del look hipster. Pero ojo, no vale cualquiera. Tiene que parecer robada del armario de un leñador canadiense, aunque la hayas comprado por 12€ en una tienda vintage del Eixample.
- La barba y el peinado retro: esto no es negociable. La barba puede ser salvaje o perfectamente cuidada con aceites de jojoba orgánica, pero tiene que estar. Y el peinado… raya al costado, tupé, o ese desorden planeado que requiere más tiempo que un informe de ventas.
- Tirantes y chalecos: combinados con ironía, no con pretensión. Como cuando me presenté a una cita con una actriz de teatro alternativo en Gràcia, tirantes azules, vaqueros remangados y un vinilo de Bowie bajo el brazo. Me besó antes de que pidiera la primera copa.
- Los tatuajes: nada de leones en el pecho. Aquí hablamos de mapas de constelaciones, bicicletas antiguas, frases en latín que probablemente nadie entiende o referencias a películas que solo dieron en festivales de cine iraní.
- El calzado: olvida las zapatillas fluorescentes. Aquí reinan las Dr. Martens, los mocasines ajados y las botas que parecen haber cruzado media Patagonia, aunque solo hayan pisado el suelo de un coworking con sofás de cuero falso.
El gesto ético detrás del estilo
No todo es vanidad. Bueno, en realidad sí… pero con conciencia. Muchos hipsters abrazan la sostenibilidad con la misma pasión con la que rechazan las grandes marcas. Comprar de segunda mano no solo es cool, también es un acto político (aunque no sepamos explicarlo bien entre cerveza y cerveza). Reutilizar es resistir. Y confieso: mi camisa favorita tiene 20 años más que yo. La compré en un mercadillo en Marsella. El vendedor decía que era de un capitán retirado. Probablemente mentía. Pero yo, romántico hasta la médula, le creí.
¿Dónde se compra este look? Spoiler: no es en Zara
Te lo digo ya: si compras tu outfit hipster en Amazon, te estás perdiendo la gracia. La clave está en la caza, no en la pesca. Tienes que perderte en tiendas con olor a cuero viejo y vinilo. Tocar, probar, mezclar. Y sí, en plataformas especializadas también se puede encontrar oro estético… si sabes buscar.
Ahora bien, el truco definitivo: no sigas el look hipster al pie de la letra. Improvisa. Combina. Equivócate con elegancia. Porque si pareces sacado de Pinterest, ya perdiste. El verdadero hipster no copia, homenajea con descaro.
Conclusión: el hipsterismo es el nuevo clasicismo
¿Sabes qué es lo más hipster que puedes hacer hoy? Ser tú mismo, aunque eso signifique no cambiar tu estilo desde 2012. Vestirse así no es nostalgia vacía. Es un statement contra lo efímero. Contra esa necesidad absurda de gustar a todo el mundo.
Y mira, puede que ya no esté en mis veintes, pero cada vez que me pongo mi chaqueta de tweed, camino por el Passeig de Sant Joan como si fuera el protagonista de una novela de Kerouac reimaginada por Almodóvar. Porque el hipsterismo no es una moda. Es una forma de decir: “yo sigo aquí, con mi barba, mi sarcasmo, y mi camisa de cuadros, dispuesto a resistir el olvido estético”.
Que tengáis un buen día.
— Hokusey